Medalla Olímpica de Bronce. ¡Felicitaciones, muchachas!
¡Ooooroooo! ¡Medalla de Oooor…! No. De bronce nomás. ¿¡Qué cosa!? ¿Bronce? Pero si ellas son las mejores, y la mayoría ya está bronceadita. ¿Más bronce? Yo quiero oro… ¡Ooooorooooo! Entonces desperté de la pesadilla que me apretaba el pescuezo con doce medallas de bronce, como si fueran los tentáculos de Medusa aunados a la euforia de Natalia y sus pupilas, y observé la realidad: Medalla Olímpica de Bronce.
¡Felicitaciones, muchachas! Bronce es magnífico... Pero no extraordinario. Algo así como Orolímpico merecido que se transformó en un metal menos resplandeciente y emocionante, uno con tono consuelo luego de esfumar, después de muchos años, una nueva chance de ser consideradas las mejores del mundo ¿Por qué si las muchachas y Natalia merecen más?
El drama de las imágenes y acciones de algunas chicas en el partido contra Bélgica hablan por sí solas, y demuestran que las deficiencias técnicas no fueron producto de una súbita descompensación hormonal que descendió sus capacidades deportivas, tampoco los estragos de una aguda indigestión causada por exceso de golosinas de contrabando o algún alimento descompuesto usado por sus rivales para sabotearlas, sino la proliferación descontrolada de algunos vicios de la personalidad que vulneran el ánimo y terminan por convertirlas en marionetas de sus propias ansiedades.
Algunas juveniles del voleibol -como la mayoría de nuestra idiosincrasia peruana- tienen serios problemas de complejos e inseguridades no resueltos en sus personalidades; producto, quizá, de que su lozana existencia aún sigue careciendo de educación adecuada, o que su entorno familiar, donde probablemente les brindan protección y cariño, no les ha servido de mucho para ayudarlas a disipar anomalías, como aquella desconcertante, siempre intermitente y en cualquier confrontación de voleibol, percepción menoscabada y desfavorable de sí mismas.
Ahora, si a esa fatiga -comparsa existencial que suele fustigar más a las almas jóvenes-, le sumamos que las muchachas aparentan no contar con un intenso apoyo psicólogico de diligentes profesionales, entonces el espiral autodestructivo de inestabilidad anímica puede aparecer en cualquier momento, muy a menudo, antes de tiempo, y ser abrumador. ¿O acaso no entraron a la contienda ante Bélgica convencidas de que perderían, que no merecían ganar, que debían concentrarse en todo menos en el partido? Esa fue la sensación luego de comparar la derrota con el gran encuentro en el que, un día antes, las juveniles vencieran a Japón. (El partido para disputar el tercer puesto no pude verlo, pero tengo entendido que fue emocionante, digno de jugarlo y apreciarlo, así que lo haré hoy.)
Esas pueden ser las razones esenciales por las que se amilanaron contra Bélgica, y no por aturdirse ante una Natalia Málaga que, a diferencia de partidos anteriores, controló el temperamento explosivo, nunca estuvo irascible ni desproporcionada en sus intervenciones, fue puntual en sus indicaciones, profesional sin extralimitar autoridad, motivadora sin ofender ni maltratar, compañera… Pero ni aún así. Algunas reaccionaron por momentos. Calmet, Yllescas, Uribe, parecían retomar confianza, control del carácter, pero no fue suficiente para revertir un estado anímico deplorable, que terminó por contagiarme y comencé a sollozar como si un ser querido hubiera fallecido. No sabía quién y ello me impedía ver su rostro, canalizar la pena, verter lágrimas fuera de mi copa vacía de champagne.
Al terminar el partido y quedarme con la pantalla oscura de la televisión que reflejaba mi imagen recordando el triste 3 a 1 contra las belgas, lo supe: había muerto la Ilusión. Entonces me puse a escribir, comenzando con el epitafio que se sigue grabando en una de las lápidas de mi país. “Aquí yace la noble señora Ilusión de Oro, la más deseada del deporte del voleibol peruano, y de los millones de admiradores de las esforzadas chicas de todas las regiones de nuestra nación, fallecida honrosamente, aunque injustamente sin oro, en los años 1982, 1988, 2008, 2010… Pero que aún no descansa en paz”.
Creo que si hubieran “transportado” a la banca, unos minutos, a la gran Vivian Baella -a quien admiro profundamente por sus esfuerzos personales de superarse, por su técnica y logros deportivos, además de disfrutar de la ternura que emana esa mirada melancólica y nerviosa- para que un psicólogo converse con ella, la ayude a ubicar, entender, controlar sus fantasmas existenciales, y la calme.
Ahora, si la sicología convencional no obtiene el esperado efecto equilibrio-relajante, entonces recurrir a asistentes menos ortodoxos -sea un chamán de San Martín o un científico de alguna Galaxia por donde suelen viajar sus pensamientos como si fueran las frágiles y vulnerables alas de una mariposa- para que le den una poción mágica de hierbas selváticas capaces de despertarla, o le pasen la pata de cuy por las ancas de gacela, o la ionicen con átomos de carga eléctrica positiva a fin de contrarrestar la radiación con que el pernicioso enemigo escondido dentro de ella, el planeta Ida, la desconcentra, descompensa, desanima, destruye… No sé, algo que la ayude a salir de esa inestabilidad síquica-emocional que la mantuvo tensa, ansiosa, asustada, nerviosa, tan desconcertada como nosotros (¿o fui el único?), y que la gran voleibolista de Rioja hubiera podido reaccionar, retomar control de sí misma, reagrupar sus moléculas peruanas y las cósmicas, invocar a la grandeza de su cultura y a la cibernética heroína Super Vivian para que compensen las flaquezas del mortal modelo de inspiración, ¡ella misma!, relajar a sus compañeras, ¡vamos amigas, somos mejores que estas jirafas belgas! Y la dorada escurridiza habría sido posible.
Lindas fotos las que estoy apreciando en Perú.com, y las chicas parecen felices. Me alegro por ellas y por Natalia. Pero cuando no les asuste aceptar que son buenas deportistas y pueden ser las mejores del tercer planeta -al menos para empezar, Vivian-, entonces obtendrán los reconocimientos que merecen, incluida Natalia Málaga, cuya explosiva foto triunfal número 10 espero se repita muy pronto, con todas las chicas abrazadas alrededor de ella, pero con la Medalla de Oro que Nati y sus pupilas merecen.
Estoy recorriendo nuestro planeta, envuelto en una odisea que me mantiene secuestrado, pero voy a comunicarme con mi asistente -¡ojalá capte las señales que le estoy enviando en este momento- y pedirle que les haga llegar una laptop, la más rápida en procesamiento de datos, la de mayor memoria, con un disco duro de doce mil Gigas, no solo para apoyar e incrementar esa viabilidad integral moderna con que la tecnología aporta al deporte, sino que la gran Vivian necesita comunicarse con Super Vivian… siempre.
Yo, como millones de compatriotas, deseo lo mejor para las chicas del voleibol, pero recuerden que… la Fusta continúa, muchachas de oro.
Medalla Olímpica de Bronce. Admirable, para qué.
¡Felicitaciones, muchachas!
Alejando Brumas, el conde de Montelisto
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