viernes, 13 de agosto de 2010

Síndrome Natimálaga: peligrosos exabruptos de una notable jugadora de voleibol

Encierra una peligrosa tendencia destructiva de ciertos valores humanos que debieran enaltecer a una sociedad, cuando la mayoría de individuos, supuestamente civilizados, apoyan la nefasta opinión de que el maltrato verbal indiscriminado puede motivar a una persona de cualquier edad, clase social, grado de educación, nivel económico…, a dar lo mejor de sí, contribuyendo a su desarrollo personal, incrementando su capacidad profesional o de oficio, a fin de dimensionar su aporte creativo y productivo en cualquier responsabilidad con la comunidad.

Un pensamiento erróneo amparado por las masas puede acarrear serias consecuencias socioculturales si no se frena a tiempo. Y aquel es uno. ¿O acaso no es un mensaje nocivo enaltecer todo concepto o acción que tiende a derruir el virtuosismo humano y acreditar, a su vez, algún valor relevante a acciones paupérrimas y/o a las miasmas de la personalidad de algunos personajes públicos? Claro que sí. Ejemplos hay muchos en la Historia, cuyos mensajes tuvieron alcances destructivos en generaciones venideras. Hoy, siglo XI, no tenemos derecho de permitirnos el irresponsable lujo de fomentar Necedad e Insensibilidad.

Estos rasgos del comportamiento son muy dañinos para la juventud y para quienes aspiramos avanzar hacia una sociedad más civilizada, porque, si esas características son el estandarte de un pueblo, establece que debemos maltratar, ofender, no respetar los derechos del prójimo (usualmente los del más débil o vulnerable), destruir el espíritu y los valores que realmente dimensionan nuestra especiehumanos con el abuso, la crueldad, la sinrazón, la ignorancia, que estas son las formas idóneas en nuestras relaciones humanas para desligarnos de la barbarie, por considerar (¿no serán acaso prejuicios históricos, o complejos culturales, u obsoletos conceptos ideológicos de fanatismo fascista?) que es la fórmula que posibilita el desarrollo personal y colectivo, y, por consiguiente, el método ideal con que debemos criar, educar y proteger a los niños del Perú.

La marejada impúdica de estos conceptos motivan el gran preámbulo para que el abuso innecesario pase a la siguiente fase natural: el maltrato físico. ¡Eso, ciudadanos, ya estamos ambientados para continuar el jolgorio de lo ordinario sobre la desdicha del prójimo! Empecemos con unos buenos cocachos, jalones de oreja y mechas, propinar sonoras cachetadas, puñetes mejor. ¿Y si las muchachas continúan “rebeldes” y algún día deciden juntarse para luchar dignamente por sus derechos y ser tratadas con respeto? ¡¿Qué cosa!? ¿Motín a bordo sin siquiera tener salvavidas ni zarpar del puerto? ¡Inadmisible! Pero, señor dirigente, la esclavitud ha sido abolida hace siglos. ¡Ja, ja, ja! No me haga reír que se me arruga la cuenta bancaria. Preparen el cadalso. Vamos, matadorcitas locas, en fila india, africana, criolla, mulata. Chitón y ángulo recto para reventarles el trasero trigueño, negro, blanquecino, a puntapiés. Pero, señor dirigente, el de todas es rojo y blanco como el nuestro: somos una sola bandera. ¡Seguridad, saquen a este loco! Y ustedes, señoritas, sin llantos ni reclamar a Mambo Park, que aún no domina el castellano (Ah, como no lo entiende bien, será la razón por la que permite excesos), ni al señor Arturo Woodman (Un señor educado, que domina muy bien el idioma pero se desentiende de esta situación), al menos que no quieran permanecer en la selección de voleibol de su país. ¡Habrase visto esa desfachatez de quejarse a sus mayores, que además les han dado la gran oportunidad! ¡Desagradecidas estas tetuditas, carambas!

Disculpen, matadorcitas, por un momento me dejé llevar por la pandemia de Torpeza, contagiado de lo más vil que excreta el espíritu humano… Es que está de moda. Pero, estarán de acuerdo, es más gratificante seguir influencias constructivas y me parece que hay que detener la ola de podredumbre, reflexionar y comprender, alejado de apasionamientos e infértiles discusiones, que amparar el “síndrome Natimálaga” deteriora valores humanos y apura aquella inercia natural del desmoronamiento social-cultural que parecen desear muchos en nuestro país, azuzados por la irresponsabilidad de ciertos periodistas, dirigentes, personajes mediáticos, que no cuestionan ni critican constructivamente y amparan, sin darse cuenta, actitudes retrógradas como si fuera lo más sensato e inteligente.

Entiendo que un depurado actor cómico como Carlos Álvarez quiera ridiculizar la personalidad de Natalia a fin de lograr algunas carcajadas, en el contexto de la ficción, pero que algunos personajes involucrados en los medios de prensa comenten y/o escriban “que es correcto y fructífero tratar con mano dura a las voleibolistas para que aprendan”, es patético, vergonzoso, y desesperanzador; por lo demás, extremadamente peligroso si consideramos lo que puede acarrear la imprudencia mediática en una sociedad, sobre todo en una como la nuestra donde la ignorancia, la necedad y la indolencia brotan por doquier.

Natalia Málaga fue una gran jugadora de voleibol y nos concedió, con garra y oficio, en conjunto con otras magníficas jugadoras, muchos triunfos y reconocimientos internacionales por los que todos debemos sentirnos orgullosos. Pero, así como reconocemos su valía a lo largo de su carrera profesional, ello no debe cegarnos ante el problema de fondo: lo pernicioso que puede resultar el mal ejemplo y su amparo indiscriminado en una sociedad en vía de desarrollo. ¿O no bloquea múltiples anhelos, incluso de alcances deportivos? Yo creo que sí y que si Natalia no controla su temperamental genio, las chicas nunca rendirán lo mejor y disminuirán sus posibilidades cuando tengan que confrontar a un equipo consolidado, sin importar que estén jugando de igual a igual, con oportunidad de salir vencedoras (así pasó con Brasil, cuando jugaron hace poco en Lima, sobre todo en el 2do set, que iban ganando).

Si en los momentos en que la experiencia profesional de alguien como Natalia es requerida, las juveniles, en lugar de encontrar a la maestra, la amiga, la guía, la figura protectora, alguien o algo valioso por qué luchar además de ellas mismas (que debería ser su motivación principal), se dan de cara con una señora alterada -mas bien, energúmena y al borde del histerismo-, obnubilada por la frustración del momento (muy probable habrá otros aspectos que alteran su personalidad y necesita ayuda profesional), capaz solamente de maltratar y ofender usando adjetivos calificativos soeces, distorsionados improperios, vociferar incongruencias culpando a alguna chica de la debacle del equipo, pero sin una pizca de precisiones técnicas ni planteamientos tácticos (¿acaso no es lo que se requiere de un entrenador de cualquier deporte?) sobre dónde están ubicados los errores y cómo van a darles solución en conjunto. Nada. Están perdidas en la cancha: esa es la realidad.

El síndrome Natimálaga no ayuda a concientizar anomalías ni a confrontar situaciones complicadas, menos a relajar nervios y tranquilizarlas para que no olviden que son buenas jugadoras, que tienen la fibra que se requiere para poder jugar a todo pulmón y corazón y vencer a cualquier contrincante, que deben dejar de lado las diferencias y disputas personales para asumir la responsabilidad del momento y salir airosas, que recuerden los lineamientos específicos de las prácticas, que mantengan el plan de equipo para la contienda, que no hay contrincantes invencibles si se concentran en aplicar las necesarias variantes sin desmallar en la lucha, que pueden dar más, mucho más… al igual que tú, Natalia.

Ahora, considerando que la estrategia de la entrenadora sea la más apropiada y pueda ser aplicada en su totalidad gracias al profesionalismo, a la percepción intuitiva de las juveniles voleibolistas, logrando su cometido en la cancha y puedan revertir una situación adversa hasta vencer a las oponentes, es factible pero escapa al control humano, porque está relacionado con una serie de características concernientes no solo a la capacidad técnica individual y colectiva, sino a rasgos de la personalidad, a aspectos emocionales, existenciales, situaciones cotidianas… El más grave es el estado anímico, y el de los peruanos es impredecible, gitano, con altos picos y profundas quebradas que alteran el humor (Diagnóstico tentativo: posible síndrome bipolar genético heredado desde las trifulcas de Huáscar y Atahualpa).

Detallemos otros aspectos circundantes de las voleibolistas. En una confrontación deportiva se requiere un estado físico y una constitución ideal (¿Además de extenuantes prácticas, tienen una buena nutrición las chicas? Digamos que unas lucen bien, otras aparentan no alimentarse lo suficiente, pero la mayoría parece como si fuera a dormir con un pollo a la braza en la panza); condiciones atmosféricas del partido (En el extranjero es incierto, ya que juegan de visitante y no siempre son del agrado de todos; pero cuando juegan en Lima, si las chicas decaen su rendimiento, los espectadores del coliseo en lugar de mantenerse firmes en su apoyo, como la fuerza emocional incondicional que ampare y estimule, ingresan en un espiral de ansiedad desconcertante, más asustados que las jugadoras, buscando, quizá, drenar el miedo de “la derrota inminente”); convicción de su valía personal y deportiva (Probablemente no se ha logrado un buen aporte sicológico para ayudarlas a liberarse de aflicciones personales, particulares de la edad, menos saber sobrellevar naturales circunstancias internas del equipo, que pudieran generar indisposición y conflicto en sus intensas relaciones humanas, transportando aquella carga innecesaria a la cancha, etc.); desconcentración por problemas económicos (Todas pasan por limitaciones, menos una, la entrenadora y Mambo); equilibrio psíquico-emocional (En los entornos de familia, amigos, enamorados, admiradores, machacantes de turno, ¿se ha logrado el balance para que no se sientan acometidas o acosadas? Algunas relaciones pueden ser muy positivas y otras van desde la árida ausencia afectiva hasta la presencia emocional manipuladora e impertinente); mentes en expansión (Además de disfrutar del chat y del email, deberían ser incentivadas a la lectura diversa, en valorar otra música que no sea “regatón, salsa o cumbia”, en admirar un cuadro, una escultura, una coreografía de baile clásico o contemporáneo, como cuando se aprecia el esplendor de la Naturaleza… En fin, acoplarse en hábitos saludables, en ámbitos sociales y culturales que las ayuden a mejorar como personas, y donde nadie las recibirá ni las tratará con un “Tetuda", "Éstúpida” o “Cojuda de mierda”.

Y no es que me considere un purista del castellano y estoy escandalizado. No, en lo más mínimo. ¡Estoy indignado! Pienso que si alguien requiere en su vocabulario el uso de una grosería para darle “cierta intensidad o claridad” a una frase hablada o escrita, es su elección y no necesariamente su limitación del lenguaje; pero lo que debemos entender es que la ofensa y el maltrato a cualquier individuo únicamente consigue su aturdimiento, disminuye la autoestima, anula el raciocinio, bloquea la creatividad, anula el respeto -si acaso alguna vez lo tuvo- o impide obtenerlo de la persona que injuria, sea quien sea. Por lo demás, nadie tiene derecho a ofender ni a maltratar a nadie, tampoco a fomentarlo, si queremos evolucionar como sociedad y no vivir como bárbaros que disfrutan de vejar y atropellar los derechos del prójimo como lo más glorificante del espíritu humano.

Por eso, es un gran error apoyar a que Natalia, o cualquier entrenador, maltrate a deportistas juveniles o adultas -a solas o con millones de televidentes viéndolas-, porque nos condiciona a que incrementemos las anomalías culturales de nuestra idiosincrasia y tratemos abusivamente a todos los que integran la sociedad peruana, que incluye amigos, vecinos, colegas, empleados, encuentros cotidianos circunstanciales, nuestras familias, porque ese es el modelo para admirar e imitar, el ideal a aspirar.

Estoy convencido de que las aguerridas voleibolistas juveniles no tuvieron oportunidad de ganarle a la selección de Brasil porque no pudieron despabilarse para encontrar su juego y su entrenadora fue incapaz de controlar su mal genio para recurrir a su enorme experiencia profesional y personal, dando pautas técnicas, el apoyo anímico con el tono y verbo que suscite confianza y no desesperación, a fin de conducirlas al triunfo merecido, como los que ella, la gran Natalia Málaga, está acostumbrada por haber sido una notable jugadora de voleibol, ganadora de muchas medallas de oro sudamericanas y dos de plata (una en el mundial del 82, en Lima, y la otra en las Olimpiadas de Seul 88); pero que, lamentablemente, olvidó quién es y cuál es su rol en el desarrollo del voleibol peruano y de aquellas personas a quienes debería proteger en lugar de ningunear.

Naty sabe que contra la selección de voleibol de Brasil, en los momentos más críticos, debido a su irracional ofuscamiento, sólo fue capaz de vociferar desproporcionadamente, alejando el merecido oro para sus pupilas y para ella… nuevamente; también para nosotros, pacientes e incondicionales admiradores de las jugadoras de voleibol del Perú.

¡Una pena… carajo!

Alejando Brumas, el conde de Montelisto.

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