viernes, 8 de enero de 2010

Al César lo que es del… ¿y al resto?

Luego de sobrevivir festejos de fin de año y no sufrir mayores percances que una arritmia cardiaca por dar la bienvenida a una nueva década llena de anhelos para la humanidad, sigo recorriendo distintas ciudades acogedoras y civilizadas de Europa, admirando incluso aquellas comarcas rurales aún distantes de adelantos tecnológicos pero con una población capaz de entender, aunque sea de manera intuitiva, el valor de existir con coherencia, desarrollarse con sentido común, convivir en paz y armonía.

Por supuesto que no todos son felices territorios y algunos, incluso, parecen no haber evolucionado socialmente y otros continúan abocados al irracional deterioro aunque parezcan reunir condiciones culturales para salir adelante. Pero no son frenados solo por no estar comprometidos en superar vicisitudes o por una economía caprichosa no favorable por estar adherida a flujos y contingencias colaterales en el ámbito mundial o por intereses de territorios colindantes y de mayor poder bélico, sino por el letargo de sus gobernantes en la toma de decisiones y/o que sean fallidas en criterio o ejecución.

Podría considerarse que los políticos carecen de facultades idóneas para lograr superar cualquier crisis social y económica, pero es más la insensibilidad de estos para comprometerse a ello, aquella indolencia que crea múltiples falencias que asfixian el florecimiento de grandes pueblos. Entonces pienso en mi patria y que es una lástima, una paradoja cruel, que personas supuestamente capacitadas para forjar una nación grande estén abocadas en empequeñecerla a la altura de personales intereses, como otros de olvidarse de ella por considerar que no existe reciprocidad de beneficio acorde a la dimensión de responsabilidad exigida.

Un ejemplo es el señor Javier Valle Riestra. Hombre lúcido y erudito en amplísima gama de aspectos relacionados con nuestra sociedad, conocedor acucioso de la crítica historia republicana incluido virtudes y deficiencias aportadas por el partido aprista que milita , pero que no usa todo su tiempo y amplia capacidad para combatir la mediocridad enquistada en un alto porcentaje del Parlamento y prefiere esgrimir la ferocidad de su dialéctica no para intentar erradicar actitudes mezquinas e improductivas del hemiciclo, sino para adherirse a ellas con el ejemplo de concretar su salida. Es verdad aunque usted no lo crea: ¡el parlamentario aún quiere liberarse del Congreso!

Imagino que está en su derecho renunciar a participar de un ambiente que desprecia y, de paso, desligarse de las responsabilidades del cargo, que no aprecia como debería, y por eso se mantiene firme en su tozuda propuesta, sin temor alguno a que lo agarren en los pasillos y le coloquen –aunque entone, estoicamente y sin amedrentarse, “Revolución es Libertad” y emocione a sus atacantes con los magníficos acordes de la Marsellesa– una camisa de fuerza y lo internen en algún nosocomio de la bancada oficial o de la oposición (riesgos de ser un independiente).

Mi asistente ha reído con mi comentario, y ha estado apunto de arrancarme una carcajada; pero sólo he sonreído, sin poder relajarme del todo, al recordar las peligrosas falencias que, como un enjambre de langostas asesinas, se ciernen impúdicas sobre mi pueblo y no deseo, señor parlamentario, que usted alimente esas desdichas ni tampoco aumentarle las suyas, así que tengo una idea para cambiarle el humor y que permanezca sin tanta frustración en el Congreso, e incluso –caso sus detractores, convenientemente unidos y transformados en horda, intenten agredirlo o conminarlo al silencio– protegido por su pueblo.

La propuesta es simple: quédese a luchar. Ah, qué le parece. Descabellado, árido, asfixiante, agotador, siniestro. Sí, de acuerdo, el asunto no es nada sencillo: demanda absoluta convicción, entrega, mística, y cojones. Pero quizá hasta le termine gustando y un día, en esa atmósfera o circulando en su bicicleta, el aire que respire lo sienta más limpio y hasta lo estimule a pensar en la reelección.

¡Reelección? Pues sí, y a mí me suena a Revolución, ¿a usted, no? No, no me burlo ni estoy poniendo alfileres de convicción en el corazón de un muñeco con sus características para ocasionarle algún maleficio o mal agüero (como caerse de la bicicleta frente a la ventana de un antiguo amor o de su más acérrimo detractor, o levantarse un día con la insospechable satisfacción y orgullo de ser un parlamentario). Pero tampoco vocifere maldiciendo las mechas de un conde –uno que nunca olvidará que alguna vez fue un agobiado proletario y no siempre un excéntrico millonario– sin antes terminar de sopesar la idea aunque le suene absurda la propuesta y... Cómo que cuál. ¡Luchar para construir una mejor nación!

¿Utópico ideal? Es verdad, y hasta ahora ha sido una dolorosa realidad. Pero la mayoría no pierde las esperanzas y por eso siguen en tierra peruana y no solo por no tener cómo ni dónde ir sin más horizonte que ser usados como ralea de tercera clase , convencidos de que necesitan evolucionar como sociedad, liberarse del desastre de perecer lánguidamente como pueblo, gracias a un Estado abocado en condicionarlos a ese proceso tortuoso e impedirles escapar de sucumbir a los vicios y deformidades de aquel rasgo natural y tan pernicioso de la idiosincrasia peruana: la incapacidad de desarrollarse acorde a las necesidades de todo el territorio, de una manera justa y equilibrada.

Intuyo que a usted le agrada esa idea y que también sabe que para lograr cualquier cambio sustancial en un sociedad se necesita de la buena voluntad y compromiso de muchos ciudadanos, de conceder propios recursos –intelectuales, materiales, espirituales…– para ello, de fortalecer principios y valores humanos que deberían emerger de todo espíritu revolucionario y emancipador, incluido el de usted, señor Valle Riestra.

Usted sabe, Javier, que no es una obra imposible de llevar a cabo por alguien de sus características y valía, alguien capaz de quedarse en el Congreso a implantar la semilla de dignidad y no solo la indignación de sentirse sometido a un lugar donde ‘supuestamente no pertenece’; alguien dispuesto a quedarse a que impere en el hemiciclo la voluntad de construir un mejor país para todos, uno donde usted y su familia y sus empleados también viven; alguien comprometido a quedarse para reforzar el porcentaje de congresistas inteligentes y decentes y no dar más cabida al ingreso de oportunistas mediocres y sinvergüenzas; un espíritu noble para quedarse por tanto por hacer en lugar de seguir abocado en opacarlo con cada intento de alejarse del Parlamento porque "no se siente cómodo en ese ambiente".

¡Ave Javier, más de dos años y la tragicomedia continúa! Muy comprensible: de romanos y griegos tenemos influencia de lengua, arte, arquitectura, teatro, filosofía, matemáticas y tanto más, aunque pareciera que algunos también han heredado fisuras del espíritu y cualidades para grotescas representaciones, afinadas a la altura de personales o colectivas mediocridades. Pero recuerde que la mayoría de los ciudadanos tampoco se siente cómoda con el patético entretenimiento que emana de ese ambiente –más parecido a la fusión de bárbaro coliseo romano y popular teatro griego– usado como trágica diversión del callejón de las siete puñaladas y no como el crisol de ideas fusionando el anhelado horizonte.

¡Ah, si pudiéramos curar las heridas del sistema con similar prolijidad que hacemos con las nuestras! Pero la mayoría de diputados no tienen ninguna intención y los ciudadanos comunes no tienen la golloría de haber sido elegidos para pertenecer al Congreso –ambiente complejo pero el más indicado– donde podrían exponer y concretar ideas vanguardistas, o, al menos, con sentido común para proteger el desarrollo del niño, facilitar concretar los anhelos del joven, cooperar sin trabas con el adulto, amparar con sensibilidad al anciano; ni mucho menos cuentan con la experiencia, sapiencia y depurada dialéctica de un Valle Riestra capaz de entretener, poner a prueba la memoria, y hasta instruir a los más cultivados.

Personalidad muy persuasiva, sin lugar a dudas, pero podría también usar el arte de dialogar, argumentar y discutir, para conceder cátedra ejemplar de los fundamentos en que se construye una sociedad, en puntualizar diversas formas en que otras naciones han avanzado, en rescatar criterios de oponentes aunque se basen en estrategias y mecanismos que otros pueblos han usado para salir de la pobreza, en recordarnos los aspectos sociales que debemos cuidar para que los sueños de todos se concreten pero sin perjudicar al más débil, en estar atentos a erradicar el lastre de mediocridad incrustado por doquier y enaltecer los valores humanos que debemos cultivar para dignificar nuestra existencia y las del prójimo, en consolidar los pasos necesarios para evolucionar como pueblo.

Una sociedad no adelanta si no hay compromiso ni consistencia integral en sus planteamientos de desarrollo –social, económico, educativo, cultural, deportivo, salud, protección ciudadana, conciencia del medio ambiente...– porque los manierismos de la mediocridad sencillamente la mantienen pasmada entre la 'palabra manipuladora' y el 'hecho concreto', convirtiendo la realidad en una especie de puente ilusorio construido entre falsas promesas para la comunidad y aquellos acuerdos que encubren sólo intereses particulares de algunos grupos de poder económico y político; taimados pactos repudiables que incrementan la crueldad de aquella carencia de sensibilidad social de quienes tienen los medios pero no la saludable disposición para modificar, con cambios sustanciales, la realidad de los más necesitados de nuestro país.

Por eso me produce profunda desazón cuando –gracias a mi leal y hermosa asistente que, incluso con una agenda recargada de responsabilidades y compromisos ineludibles, me mantiene al tanto de los acontecimientos de mi país, usando tecnología e Internet– escucho su perorata incesante de que “sólo quiere alejarse del Parlamento”. Y aunque entiendo su malestar –un hombre brillante enjaulado en medio de opaca necedad–, cuestiono su falta de compromiso y carencia de tesón, porque si –por sortilegios internos de su partido aprista– ya está dentro de la jaula, la alternativas son estas, mi estimado: chillas y berrinchas para que te dejen salir, o esgrimes el don de la palabra y el escudo de los principios, para que ese alto porcentaje de lobos, otorongos, morsas, monos, ratas, gallinazos, culebras, lombrices, sanguijuelas... recapaciten y entiendan que pertenecen a la especie humana y no a las que intentan emular, opacar o distorsionar según habilidades, flaquezas o maledicencia personal con sus desviaciones intelectuales y del espíritu.

Dígame, Javier, ¿no sería una gran recompensa política y moral contribuir a educar y enaltecer las funciones de un parlamentario e intentar cooperar para que la vida mejore para todos sus compatriotas? Muy complicado, es cierto. Pero batallar es una constancia en la vida, y si de fracasos y recompensas de toda índole se amalgama la construcción de caminos, debiera valer la pena el esfuerzo que demande esta fusta: el futuro de la patria está en juego. Y aunque no lo logre, por los menos comprometerse a dejar plasmados –con su verbo y acciones– los fundamentos y el ejemplo para las nuevas generaciones vinculadas a la política, a los medios de comunicación, al sistema productivo, al proletariado, a la burguesía, a la multicultural gama racial y social de mujeres y hombres de su nación.

Usted tiene una misión acorde a su digna persona: legislar sensatez para una nación. Ya pasó casi tres años, extensa penuria pero no tanta como el 'largo tiempo el peruano oprimido' aunque excluyan la estrofa del himno; así que no es tarde para que luche por su país y que la Historia no lo describa, ni sea mencionado por las generaciones venideras, como el excéntrico parlamentario que sólo quiso escapar de su circunstancial responsabilidad política, subirse a su bicicleta y fluir por barrios lindos y Costa Verde dentro de su burbuja inmune al laberinto de la adversidad, sino del valiente estadista que asumió su destino y luchó para lograr cambios sustanciales en el Congreso de la República del Perú, para beneficio de todos los peruanos.

Alejando Brumas, el conde de Montelisto

1 comentario:

  1. Hola;
    Permíteme presentarme soy Juan administrador de un directorio de blogs, visité tu blog y está genial, me encantaría contar con tu blog en mi sitio web y así mis visitas puedan vistarlo también.
    Si estas de acuerdo no dudes en escribirme a: morenojm22@gmail.com
    Exitos con tu blog.
    Un cordial saludo
    Juan Moreno

    ResponderEliminar