miércoles, 30 de diciembre de 2009

Angina de pecho crónica por amores imposibles agudizada por un tesoro perdido

En uno de mis regresos por Lima, usando una vieja vestimenta de clase media dilapidada, fui a visitar a un antiguo amigo, el gran DJ Becheto, con ánimo de disfrutar música y recuerdos de juventud. Teníamos un plan y no desistimos hasta culminarlo con respetuosa prolijidad, aunque nos tomó cinco horas terminar la jornada musical embriagada de alegre y triste nostalgia, al compás de acordes y melodías que suelen recobrar rostros, lugares, situaciones, anhelos, triunfos, fracasos…

Entonces decidí que era hora de partir y poner a buen recaudo las joyas acumuladas. Ambos nos consideramos poseedores de un pulido criterio musical y sabíamos que la sensibilidad puesta en el trabajo y el esfuerzo compartido que demandó recopilar 150 canciones para grabar un CD con las mejores melodías roqueras de los sesenta y setenta, era un tesoro invaluable; más si él, por descuido, cansancio o tendencia natural al sistema capitalista y su necia obsesión de incrementar valía comercial en un producto aunque sea de intrínseco beneficio espiritual, no había guardado la información del trabajo en el disco duro de su vieja PC ni en el de su recién adquirida laptop, y tampoco había quemado una copia de protección.

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miércoles, 23 de diciembre de 2009

¡Feliz Libertad en esta Navidad!

Ahora, gracias a la maravillosa inventiva de la especie humana, puedo tener una reunión de directorio, en medio de releer “Los miserables” de Víctor Hugo y sentir que escapo como Jean Valjean, deglutiendo las miasmas del destino adverso, pero de manera virtual y sin necesidad de embarrarme con despojos de supervivencia o aquella desligada de humanidad ocasionada por la acumulación de poder e indolencia, mientras atravieso las cloacas de París u otra enigmática ciudad europea, cada vez que alguien considere la imperiosa necesidad de una reunión corporativa de emergencia.

¡Ah miserables encantadores de serpientes!, tan hábiles para el fraude y la mentira, resulta patético observarlos tan incautos de creer tener absoluto control de la situación, de que su juego impúdico nunca será descubierto, al menos mientras la lucecita roja del control maestro esté apagada y crean que el conde de Montelisto no podrá husmearlos ni capturarlos como si fuera ‘El llanero solitario’ cabalgando por las llanuras plagadas de maleantes y peligros, porque solo anhela cruzar el territorio agreste observando el amplio horizonte, saciando la sed en un riachuelo oportuno, y sin sufrir contratiempos.

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miércoles, 16 de diciembre de 2009

El castillo está llenándose de juguetes

El castillo heredado es agradable y suficientemente grande para escabullirme del acoso constante de ser requerido por obligaciones engorrosas, aunque sean de carácter ejecutivas y deba resolverlas dentro de ambientes con grados precisos de temperatura para que la concentración no se distraiga ni por recordar las veces que, demasiado joven, empuñé pico y lampa para escarbar tierra, mover piedras y sembrar semillas frutales bajo un refulgente e implacable astro, incapaz ahora de transgredir gruesos muros de piedra o causarme una gota de agonía aunque el diseño arquitectónico pertenezca al siglo XV y todos sus amplios espacios interiores sigan impregnados de la personalidad de aquella época y la turbulenta atmósfera de viejas historias que allí transcurrieron.

Mi primera decisión fue implementar varios salones con modernidad y ahora cuento con todas las comodidades necesarias para que los días no sean difíciles de sobrellevar ni las noches atosigue aburrimiento o sobresaltos de escuchar los quejidos que provienen del eco de torturas que aún persiste en las catacumbas, según asegura Mr Blufy, el viejo mayordomo que parece tener la edad del castillo y una memoria prodigiosa aunque suela trastabillar alterando detalles por la gracia de poseer la nariz más prominente y enrojecida de beberse la mitad de mis vinos.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

La fusta continúa, muchachas de oro.

Mi asistente se sorprendió cuando, viendo un juego de voleibol de la liga europea, hice un entusiasta comentario sobre el gran nivel de mujeres voleibolistas que tiene Perú, porque desconocía que ‘siquiera se practicara en nuestro país’ donde, ella tenía entendido, sólo jugaban al fútbol. No distaba de ser cierto si el 99% de los programas radiales, televisivos, prensa escrita, sobre información deportiva está destinada al balompié. Pero uno siempre debe estar preparado a revertir las tendencias pocos saludables y encontrar alternativas, así que le di indicaciones para concentrar su capacidad en el buscador de Google y colocar Youtube, Olimpiadas Seul 88, zurda Cecilia, diestro Mambo, ambidiestrísimas doce maravillas del mundo, ¡gloria, gloria, gloria en el podio!

Ella esperó a que me calme, baje los brazos y me cierre la bata antes de resfriarme o enfriar más al artillero, bastante intimidado por los escasos grados centígrados de esta ciudad, y, sin ánimo de burla, preguntó: “¿Ganaron la medalla de oro?”. Pregunta tan impertinente. Oooorooooo, quise gritar, porque vi oro, sentí oro, arañé oro, olí negras y trigueñas de oro. Pero demasiada información en Google o integridad de mi parte para torcer la verdad, y tuve que confesárselo: “Plata. Medalla de plata”. Ella, que es una asistente muy eficaz, no preguntó más ni intentó aliviar la atmósfera anímica soltando algún comentario inteligente, respetó mi silencio y me dejó abrumado con mis recuerdos, abrió su laptop y navegó por la red hasta concretar mi requerimiento.

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jueves, 3 de diciembre de 2009

El condenado a conde y a errante millonario

A veces recuerdo con nostalgia los años en que me transportaba de la manera más rudimentaria, incómoda e incivilizada, aquella adherida a todo aspecto del horror y a nada que pudiera entusiasmar a una persona normal, mucho menos desear volver a tener esas indignantes experiencias, capaces de vejar el espíritu y aumentar el dolor de vivir en una ciudad poco civilizada, preso en una destartalada herramienta móvil que podría ser la tortura favorita de la Inquisición, caso permanecer aún los excesos de la Iglesia en el siglo XXI. Pero el ser humano es un enigma, un paradigma psico-fisiológico lleno de sorpresas, la puesta en escena de una obra absurda que deseamos y peleamos por protagonizar día a día, asaltados por íntimas sensaciones y pensamientos extraños, realizando acciones contrarias a lo que uno considera ‘un comportamiento normal’.

A mí me ocurre cuando paso por Lima: me embarga la nostálgica ternura hacia el horror, como si las formas grotescas y hedores que despide esa ciudad invadieran mi organismo con más alteración en mi sistema que los LSD que consumí en mi juventud. No estoy envuelto en juegos sádico masoquistas, pero algo más fuerte que el raciocinio o el sentido común me impulsa a convulsionarme en una aventura citadina de peligros inimaginables, y decido salir de mi acogedora y segura residencia, vestido de manera sencilla, dinero en las medias (es lo único que no suelen robarle a uno en Lima cuando es asaltado), dejando órdenes a mi atractiva asistente de no llamarme, máximo enviarme algún mensaje, y solo si es muy importante (porque uno cambió mi vida), y voy al reencuentro del caos, de mi pasado proletario.

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