El castillo está llenándose de juguetes
El castillo heredado es agradable y suficientemente grande para escabullirme del acoso constante de ser requerido por obligaciones engorrosas, aunque sean de carácter ejecutivas y deba resolverlas dentro de ambientes con grados precisos de temperatura para que la concentración no se distraiga ni por recordar las veces que, demasiado joven, empuñé pico y lampa para escarbar tierra, mover piedras y sembrar semillas frutales bajo un refulgente e implacable astro, incapaz ahora de transgredir gruesos muros de piedra o causarme una gota de agonía aunque el diseño arquitectónico pertenezca al siglo XV y todos sus amplios espacios interiores sigan impregnados de la personalidad de aquella época y la turbulenta atmósfera de viejas historias que allí transcurrieron.
Mi primera decisión fue implementar varios salones con modernidad y ahora cuento con todas las comodidades necesarias para que los días no sean difíciles de sobrellevar ni las noches atosigue aburrimiento o sobresaltos de escuchar los quejidos que provienen del eco de torturas que aún persiste en las catacumbas, según asegura Mr Blufy, el viejo mayordomo que parece tener la edad del castillo y una memoria prodigiosa aunque suela trastabillar alterando detalles por la gracia de poseer la nariz más prominente y enrojecida de beberse la mitad de mis vinos.
Algo de cierto hay en sus relatos, porque mandé derrumbar un muro que sellaba parte del pasado e ingresé a un laberinto infernal donde pude constatar, perplejo, el cruel escenario y restos de las víctimas que protagonizaron sus terribles agonías, culpables solo de transgredir fanatismos religiosos y aquella repugnante intolerancia convenida de radicales, cavilaba más tarde, admirando el crepúsculo pero aún asaltado por imágenes y gritos que arrancaron esos aparatos demenciales y que prevalecerán en la historia de la humanidad para que nadie olvide de lo que somos capaces de infringir en nuestros semejantes si restringimos el entendimiento a la verdad que convenga a intereses particulares y no a la que debiera prevalecer si alcanza el bienestar de todos.
Pero para alguien que duerme poco y no tiene costumbre de causar daño alguno a sus semejantes, esos aullidos de horror eran impertinentes y mandé recolectar los restos y darles sepultura en los limites del castillo, lo suficientemente lejos para que no me alteren el sueño. Mr. Blufy me recomendó destruir los aparatos de tortura; preocupado, imagino, del hurto perpetuado por su insaciable paladar en la bodega. Le contesté que el único padecimiento que sufriría sería no tener más acceso a la bodega y opté por clausurar aquella entrada, usando la misma gruesa puerta de madera y hierro que permanecía intacta detrás del muro derrumbado. La motivación no radicaba en respetar aquel oscuro pasado de la Historia, pero uno nunca sabe, aunque no sea extremista, cuándo pueda necesitar esos juguetes de crueldad. Aclaro que no soy vengativo ni retorcido sexual, pero como es una constante de mentes civilizadas mantenerse emancipado de prejuicios y complejos, considero posible que varios malandrines en la lista negra de la humanidad podrían convertirme en despiadado verdugo y quizá alguna hermosa masoquista envuelta en seda rosa me convenza para juegos extremos de erotismo.
Pensé que ya podría conciliar el sueño y sumergirme en el deleite de lo desconocido, pero reaparecieron los fantasmas que quisieron espantarme desde el primer día que tomé posesión del castillo. Esto fue lo primero que pensé porque he experimentado aquella dimensión paralela en que la muerte colinda con la vida y nos ubica –a unos más que otros– al peregrinaje constante de contactar con ella y sus misterios. Estaba equivocado: aquellas cadenas arrastrándose aquel fin de semana se trató de una provocación más que de una venia sonora desde las tinieblas, una triquiñuela concebida bajo presión de índole material más que la presencia abstracta de algún ente perpetuado en los recovecos del castillo y el descanso eterno, o no hubiera desaparecido raudamente, retumbando por los salones como esquizofrénicas panderetas españolas, luego que solté a 'Colmillos', el fiel perro labrador de pelaje amarillo que traje desde Terranova (Canadá) para espantar patéticos títeres de carne y hueso.
Liberado de inconvenientes del más allá y de la cercanía de empleados captados por ‘el enemigo’, me concentré en ambientarme al castillo e impregnarlo, de paso y contando con los medios, de personales inquietudes de un ex proletario convertido repentinamente en capitalista. Tuve inconvenientes para llevarlas a cabo, porque el testamento parece haber sido redactado por una pandilla de hábiles abogados descendientes directos de la Inquisición, cuya única motivación fue torturar al beneficiado, atándolo a la mezquindad de las cláusulas, envilecidas con los más necesitados, sobre todo con los nacidos en territorio peruano, incluidos descendientes y/o relacionados con ellos, aunque estén ubicados en cualquier otro punto del globo terrestre. Una infamia vergonzosa: puesto en papel aquel histórico ensañamiento natural que ha sido ejercido en nuestra tierra por los más pudientes en contra de los más necesitados. Mi tío, el viejo conde, debía detestar su patria, quizá por el ultraje constante que en ella se ejerce y él fuera una de sus víctimas desde antes de nacer y razón por que sus padres decidieron retirarse a Europa. Ya lo averiguaré. Por ahora no me queda más que compartir personales satisfacciones lúdicas logradas con mi fortuna, de alguna manera y no de otra mientras las leoninas cláusulas del testamento sigan vigentes o sean imposibles de franquear y me impidan acciones de filantropía o simple desprendimiento material para con las necesidades de mi pueblo. Detallo parte de la lista de juguetes que poseo y que su imaginación, querido lector, si usted se concentra por unos momentos, podrá también disfrutar; aunque en algunos casos, para lograr plena satisfacción, deberá liberarse de prejuicios y gruesos atavíos culturales:
Una gran biblioteca. (Más de veinte mil volúmenes de todo tipo de lectura, incluida apócrifa, textos que sobrevivieron al fuego producido por ignorancia y/o pavor; también hay papiros de origen griego, romano, egipcio y más de un ciento de tablillas de arcilla marcadas con jeroglíficos cuneiformes resaltando la odisea de los descendientes de la III dinastía de Ur: los Sumerios.) Salón de juegos de mesa y de esparcimiento. (Tengo todos los clásicos para niños y adultos y constantemente me envían las novedades que irrumpen en el mercado, no por simpatía o complacencia fatua sino la golloría de ser accionista mayoritario de una cadena importante de juguetes. En ping pong sigo invicto y en ajedrez he tenido algunos percances serios con Mr Blufy y una derrota imaginada con una pequeña gran maestra llamada Deysi Cori.) Un gran salón para practicar esgrima y otras disciplinas del arte de combatir con elegancia. (Desde pequeño aprendí a usar la espada, hecha de madera y la ilusión de que brillara nobleza como la de mi padre, y no se escapó ningún villano de su temeraria justicia. Ahora la motivación es igual de noble aunque prefiero que el desenlace no siempre involucre tan desagradables encuentros y sí culminar el deseo de no dejar escapar, antes de atravesarla con florete, espada o sable, a una húngara ex campeona olímpica, Hellmia, mi profesora de esgrima.) Un teatro con la mejor acústica que recuerdo haber escuchado. (Invito a diversas compañías para disfrutar de fantásticos actores y actrices compartiendo gravitantes emociones humanas que gozan o sufren mientras recrean un mundo propio o ajeno; y, en horas en que el castillo duerme y la inquietud de la vena creativa sigue despierta, me animo a subir al proscenio para protagonizar un monólogo de los muchos que he escrito para una íntima reflexión o búsqueda de lo trascendente en el espíritu humano y no animado por sentir la admiración ni clamor de un público que mi timidez y/o escasa vanidad jamás admitieron en ninguna platea, ni lo hará en su castillo, por ahora.) Un cinematógrafo. (Terapéutico y asociado indispensable para refrescar o expandir el intelecto, sentir emoción o simplemente divertirse con todos los filmes clásicos universales, películas relevantes contemporáneas, independientes y de grandes estudios. Y para mantener la sangre en torrente cuántico, al artillero erguido y preparado a una eventual y digna fusta de excesos plebeyos y aristocráticos del palacio de Versalles, las más audaces y eróticas triple X). Un gran salón de música. (Cuenta con una pantalla gigante para disfrutar clips musicales o volver a tener la intensa experiencia de haber participado de festivales y conciertos extraordinarios de rock y haber tocado en uno de ellos. Adquirí diversos instrumentos de música para destrozar el silencio sintiéndome Bethoven, Paul McCartney, o el ‘Jilguerito del Huascarán’, mientras escucho absoluta fidelidad de genialidad, talento o acordes simpáticos en el más sofisticado equipo digital japonés amplificando cien parlantes alemanes con música recopilada de toda época, original u obtenida por diversos métodos [en este aspecto es muy eficaz un amigo peruano, DJ Beck, que no sabe quién le solicita tanto trabajo ni adonde va a parar].) Dos amplias y acogedoras cocinas. (Una moderna, práctica, impecable como la chef-cuadrilla que elabora sofisticadas dietas internacionales o minimiza exigencias por imprevistos [sea de índole anímico, por visitas no programadas, huelga del buen gusto…], que se resuelven usando botones electrónicos para comandar la nave culinaria por el espacio del sabor y múltiples comidas congeladas para suplir necesidades nutritivas en diez minutos de microondas y ningún segundo de esfuerzo; la otra mantiene el concepto integral de la época en que fue construida y es donde más disfruto desplegar artes culinarias y amatorias en compañía de mademoiselle Adelé, una carnosa joven búlgara llamada Adela, pero como le encanta prepararme ‘tostadas a la francesa’, erotiza más amasarla con una ‘e’ aguda que arranca epidérmicos gemidos parisinos coloreando formas que inspirarían una libertina pintura de Toulouse-Lautrec.) También tengo instalado un potente telescopio en mi habitación, y en noches solitarias, como si fuera el ojo de un cíclope cósmico o los infatigables de Nicolás Copérnico, captura la intimidad de las estrellas y la esperanza de encontrar alguien también interesado en observarnos.
Párrafo aparte para los baños, que son tan grandes como la casa donde viví de niño, pero como los sentía más solitarios que aquella, en todos mandé instalar monitores con MTV, VH1, CNN, ESPN, ESPN+, History Channel, Nacional Geographic, Nickelodeon (los dibujos animados son imprescindibles para relajar el espíritu y los esfínteres], Gourmet, y una conección al buscador de Google. Ha tenido gran acogida en el personal, aunque a la semana de la inauguración recibí varias quejas de algunos, aduciendo que sólo podían abrir las diversas páginas encontradas o tener acceso a cualquier otra señal del ‘dish’ de más de trescientos canales solo en horas de descanso y en el salón recreacional-ejecutivo ambientado para ello. Ninguna tiránica imposición de mi parte, pero dado el entusiasmo por las inclusiones en los sanitarios y la dilatada permanencia en ellos, las restricciones fueron necesarias o tendría que reubicar el area de oficinas dentro de los baños.
El principal colinda con mi habitación y tiene una tina de madera que debió ser el deleite de gente pulcra cuando el agua era un lujo hasta para los más poderosos, y aunque ahora la podría llenar con el mejor champaña, recordé que mi tierra peruana aún mantiene vastos territorios y poblados en brutal aridez y sed, y preferí hacerlo con arena que mandé traer de las playas del litoral de Perú. Me relaja recostarme en ella con mis lentes ahumados bajo los rayos del bronceador artificial. (No es una extravagancia, sino una necesidad vital: la mente y el espíritu suelen estancarse cuando olvidamos o no sentimos de dónde vinimos.) Instalé un inmenso jacuzzi, un sauna, un spa para ejercicios y masajes personales; cuatro pantallas LCD de 42" y ocho de 21”, ubicadas en los distintos ambientes, siempre detrás de un vidrio especial en la pared y que se desempaña automáticamente; snorkel y balón de oxígeno para bucear si lo deseo y no ahogarme mientras descamo una sirena; una compuerta con un pequeño elevador que tiene acceso directo a los requerimientos que solicite al servicio de cocina y/o a mi bóveda de vinos y coñac cuando deseo máxima privacidad y ningún servicio personalizado. Y ya que me siento en confianza, y sin pelos en la lengua mejor se saborea, les contaré del maravilloso retrete. Iconoclasta diseño japonés (personas muy complacientes, peculiares y, al menos electrónicamente, desprejuiciadas), asemeja una boca sensual e incluye un sistema de vibración computarizada a la melodía que le indique mi voz, manteniéndome relajado mientras libero ansiedades y resistentes excrecencias de mi organismo. Es fantástico, y tiene un efecto nostálgico increíble: me siento como si una retreta de festivo pueblo norteño estuviera amenizando cada descarga de emociones.
La verdad es que tengo tantos juguetes que podría convertirme en Papá Noel, y aunque no tengo ningún reno, sí heredé un establo con caballos árabes, mustang americanos, pura sangre ingleses, y pronto llegan los de 'paso peruano' que he encargado y necesito tener cerca para no sentirme tan lejos de mi tierra en esta inmensa propiedad ubicada cerca del mar, en una meseta al borde del acantilado, rodeada de jardines con flores diversas y muchos lugares por donde pasear y abstraerme. ¡Ah, cómo me agrada observar pastar a mis caballos! Ahora recuerdo que olvidé mencionar a los valiosos mongoles, los Przewalski. “El caballo de Przewalski –según define la gran enciclopedia Encarta 2009, Microsoft– es la única especie de caballo salvaje que hay en la actualidad, habitó en Mongolia y parte de China hasta el siglo pasado, extinguiéndose en estado salvaje en la década de 1960; sin embargo, un exitoso programa de reproducción en cautividad llevado a cabo en Europa permitió recuperar la población. En la actualidad sobreviven unos 1.100 caballos en parques zoológicos. Además, en 1992, el caballo de Przewalski fue reintroducido en parques nacionales de Mongolia y varios cientos viven ahora en esas reservas”.
¡Y yo tengo seis de ellos! Un lujo que valoro y razón de haberles prometido que pienso encargarme de protegerlos y cuidarme para no aventurarme a morir antes de que puedan reproducir no menos de seiscientos descendientes. Desde niño aprendí que uno tiene que ser considerado y responsable con lo que posee, y más si tiene vida; así que lo dejo establecido aquí y ahora, en uno de mis lugares favoritos y que me parece haberles comentado: una banca que mandé colocar al borde del acantilado, al costado de un ciprés y donde suelo escribir, contemplar la naturaleza, admirar el océano, recitar versos de grandes poetas y desplegar personales sin amilanarme por críticas provenientes del entorno o reacciones adversas del espacio, como que el Sol oscurezca antes de llegar la noche o el próximo eclipse (aunque podría, metafóricamente interpretado, considerarse como amparo cósmico y no, repudio). En esta banca tuve el imaginario encuentro ajedrecístico con Deysi Cori y esperará pacientemente por la revancha en la realidad.
¿Me siento feliz en el confort de este mundo de materialismo obsesionando por robarle al espíritu todo gozo por lo trascendental en la simple armonía del Ser con el Cosmos? Por momentos, sí. Es un proceso al que me cuesta adaptarme pero una tranquilidad saber que nunca más volveré a tener hambre ni frío, ni temor a ser destruido por la indolente mezquindad humana, porque mis herramientas de combate ya no están templadas solo en justicia y razón, sino en el poder del capital, y destruiré, sin compasión, a todo aquel que ose intentar dañarme o confrontarme. ¡Ah pérfida sensación maravillosa! Este es uno de esos momentos en que me embarga una absoluta tranquilidad y placidez: el nirvana del materialismo.
Pero a veces me abruma la soledad, un estado anímico que en mis épocas de ascetismo era auge espiritual. Ahora es diferente. No porque haya cambiado la esencia de mi naturaleza, pero las responsabilidades no me permiten abstraerme por el tiempo que necesito para centrar mi ubicación en el Universo. Es muy agobiante. Debo seguir pensando en la fórmula de liberarme de la esclavitud que circunda al dinero y a las responsabilidades de índole estrictamente material, encontrar tiempo y espacio para mí, no solo en la madrugada cuando todos duermen y recién puedo disfrutar de algunos juguetes del castillo o del gozo de no hacer nada, pero en el transcurso del día. Estoy convencido de que es lo mejor para mí, incluso entendiendo que ninguna verdad es absoluta aunque esté sustentada por la ciencia o sólidos valores morales o depuración intelectual o simple intuición, pero uno necesita disiparse un poco y no empeñarse en cavar su propia tumba antes de lograr ciertos objetivos y yo, como todos, tengo algunos.
El conde de Montelisto
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